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ANTÍTESIS

Prospectivas económicas México 2026

Por Mario Flores Pedraza

Al mirar hacia 2026, México enfrenta una encrucijada económica que ejemplifica el desequilibrio entre esperanza e impotencia: por un lado, proyecciones moderadamente optimistas; por el otro, raíces estructurales que siguen cojeando. Es el momento adecuado para preguntarnos: ¿hacia dónde vamos, y con qué armas contamos?

Las estimaciones más recientes pintan un panorama poco esperanzador: el Fondo Monetario Internacional proyecta un crecimiento de apenas 1.5 % para 2026, mientras que la OCDE lo coloca en torno al 1.3 %. El propio Gobierno federal, más optimista, anticipa entre 1.8 % y 2.8 %. En otras palabras: estamos ante un crecimiento modesto, lejos de la gran reactivación que muchos esperaban y más cerca del estancamiento con cara sonriente. Si uno recuerda a Aristóteles, quien celebraba la virtud del justo medio, advertirá aquí la trampa: hemos confundido la mesura con la mediocridad.

En paralelo, se avecina un debate clave: el salario mínimo. Mientras las centrales obreras exigen un aumento de hasta 30.6 %, que elevaría el salario mínimo diario a aproximadamente 362 pesos, otros actores prevén un incremento más moderado del 11 %. La administración de Claudia Sheinbaum, por su parte, ha señalado que su meta es alcanzar un salario mínimo equivalente a 2.5 canastas básicas para 2030. El gesto es loable, por supuesto. Pero si el salario crece más rápido que la productividad y sin respaldo de inversión, podríamos estar construyendo un castillo de justicia social sobre cimientos de aire caliente. No lo digo yo: lo insinuó ya Tomás de Aquino, para quien el trabajo debía garantizar dignidad, pero también orden y equilibrio. Sin eso, el buen deseo se transforma en demagogia salarial.

Y mientras tanto, en el sótano de esta casa en construcción, la deuda nacional crece sin freno. El FMI estima que la deuda bruta del sector público rondará el 59 % del PIB este año. El déficit proyectado para 2026, según Hacienda, es del 4.1 %. Y con un crecimiento de apenas 1.5 %, uno se pregunta cómo se pretende sostener esa maquinaria sin sacrificar inversión, sin agotar reservas o sin castigar aún más a las futuras generaciones. Marco Aurelio, emperador estoico, nos recordaría que “lo que no se gasta con prudencia se paga con angustia”. Pues bien, México está gastando una parte de su futuro en nombre de un presente cada vez menos sostenible.

La escena, por tanto, se resume en este guion incómodo: un crecimiento raquítico, presiones salariales legítimas pero riesgosas, deuda al alza y una economía cuya competitividad estructural sigue siendo débil. Si 2026 no es el año del cambio, podría convertirse en el año de la revelación: la confirmación de que seguimos girando en círculos. En lugar de diseñar un modelo productivo con visión de futuro, seguimos apostando por paliativos.

En suma, la economía mexicana no colapsará, pero tampoco despegará. Y eso es, quizás, lo más preocupante: una mediocridad funcional que perpetúa desigualdad, mantiene la informalidad y simula prosperidad sin atreverse a disputarla. ¿Queremos realmente otro sexenio de esta fiebre lenta, donde crecer 1.5 % sea celebrado como victoria?

La pregunta, entonces, no es si México crecerá, sino si ese crecimiento será significativo, transformador o simplemente administrado por contadores del poder. Porque la política económica no puede reducirse a planillas de Excel: debe tener brújula filosófica, visión estructural y voluntad política. Si 2026 es solo una prolongación más de lo mismo, mereceremos exactamente eso: lo mismo. Con deuda, con salario mínimo elevado, con promesas que no se atreven a reformar el sistema que las engendra. Y en ese caso, la razón dejará de ser real, y lo real será una farsa repetida con nuevas cifras.

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