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ANTÍTESIS

 

Las leyes y la realidad

Mario Flores Pedraza

Imaginemos por un momento una nación perfecta, una sociedad en la que cada individuo actúa conforme a lo que es justo, sin necesidad de reglas impuestas desde fuera. En ese mundo ideal, nadie robaría, nadie mentiría, nadie abusaría de los demás. Cada persona haría lo que le corresponde, no por temor a una sanción, sino por convicción y sentido del deber. La justicia no sería impuesta, sino vivida. Pero, por desgracia, la realidad dista mucho de esa utopía.

La historia nos ha enseñado que los seres humanos no siempre actúan conforme a lo que es correcto. La ambición, el miedo, el egoísmo y la ignorancia distorsionan la convivencia y generan conflictos. Por ello, se crean leyes: no porque sean deseables en sí mismas, sino porque se hacen necesarias para regular lo que la naturaleza humana no consigue equilibrar por sí sola. La ley surge como un mal necesario, una herramienta que busca garantizar la armonía en una sociedad que, sin ella, caería en el caos.

En el papel, las leyes aspiran a la justicia, pero en la práctica, muchas veces se convierten en instrumentos de poder, de control o de beneficio para unos pocos. No todas las leyes son justas, y no todas las normas conducen al bienestar común. Sin embargo, incluso las leyes imperfectas son preferibles al vacío normativo, porque sin ellas la convivencia sería imposible.

El desarrollo de las sociedades ha demostrado que la teoría y la realidad rara vez coinciden. En un primer momento, podríamos imaginar que basta con diseñar un modelo perfecto de justicia y aplicarlo para lograr el bien común. Pero, al intentar implementarlo, nos encontramos con que las personas no siempre actúan como deberían. Es entonces cuando pasamos de la idealización a la pragmática, de la teoría a la práctica, de la perfección imaginada a la realidad con sus imperfecciones.

Las leyes, por tanto, no son el fin último, sino un medio. Son el intento humano por ordenar lo que, por naturaleza, tiende al desorden. No son garantía de justicia, pero sin ellas, la justicia sería aún más inalcanzable. Así, seguimos perfeccionando nuestras normas, no con la esperanza de alcanzar la sociedad perfecta, sino con la convicción de que podemos evitar que la imperfección nos devore por completo.

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