Columnas

ANTÍTESIS

La Traición

Mario Flores Pedraza

 

“Nunca la austeridad se había visto tan bien en primera clase.” Esa podría ser la consigna no oficial de una parte de la élite política mexicana este verano. Mientras el país lidia con violencia, inflación y un Estado cada vez más rebasado por el crimen, varios políticos de Morena —ese partido que prometió honestidad, cercanía con el pueblo y una “república austera”— han decidido que nada habla mejor de la justicia social que un viaje a Japón, Capri, Madrid, Holanda o España, con el feed de Instagram como vitrina.

Pero la obscenidad no se mide solo en fotos de cocteles y playas privadas. La obscenidad real es que quienes presumen estos lujos lo hacen desde un partido que nació con la bandera de representar a los olvidados. Lo que antes era la derecha ostentosa hoy se disfraza de izquierda en vacaciones perpetuas. Como advirtió Rousseau, la corrupción de las costumbres es el primer paso hacia la corrupción de las leyes; y cuando un movimiento político olvida vivir como predica, no tarda en predicar como vive.

El caso Tabasco es una radiografía perfecta del problema. El secretario de Seguridad Pública resultó ser líder de una banda criminal. Su nombramiento fue obra de Adán Augusto, hoy jefe de la bancada de Morena en el Senado, quien asegura que no sabía nada de los vínculos de su hombre de confianza. Pero la responsabilidad política no se mide por la conveniencia de la excusa: se mide por el peso del cargo. Un gobernante que no sabe a quién pone al frente de la seguridad pública es culpable por negligencia, y uno que sí lo sabe, por complicidad.

Decir “yo no sabía” es infantil; un líder serio sabe que la ignorancia voluntaria es otra forma de mentira. Maquiavelo, cínico pero lúcido, ya advertía que el príncipe no puede excusarse en desconocer la naturaleza de sus aliados: si no investiga, es un ingenuo; si investiga y calla, es un corrupto.

El problema para Morena no es solo ético, es estratégico. La incongruencia mata más rápido que cualquier campaña de la oposición. Si no limpian la casa, si no expulsan lo sucio con la misma contundencia con que critican a la derecha, no solo perderán elecciones: perderán el relato. Y cuando la izquierda pierde el relato, no llega el centro, llega la derecha más voraz, como hemos visto en Argentina, Brasil o Perú.

La derecha no gana por sus virtudes: gana porque la izquierda se suicida con sus errores. Si Morena sigue permitiendo que sus figuras más visibles acumulen lujos, privilegios y escándalos, estará pavimentando el camino a un regreso autoritario que no tendrá piedad.

El capital simbólico de la izquierda no se mide en encuestas, sino en coherencia. Un líder de izquierda puede cometer errores, pero no puede darse el lujo de parecerse a sus adversarios más despreciables. Si no viven como piensan, terminarán pensando como viven. Y cuando eso ocurra, no será un cambio de gobierno: será una rendición histórica.

Porque a la izquierda no la matará la derecha: la matará su propio espejo.

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