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Óscar Almaraz: política con técnica, oficio y corazón

Por Alan Morales

Era un jueves común en Palacio de Gobierno. El gobernador Américo Villarreal atendía su agenda en el tercer piso, los pasillos estaban tranquilos, apenas una que otra entrevista banquetera rompía la rutina.

A las cuatro de la tarde, como cada día, los relojes de los servidores públicos marcaban salida. Nada extraordinario.

Hasta que lo fue.

Al retirarme, comenzaron a llegar mensajes a mi celular.

Preguntas incrédulas, cadenas de WhatsApp, rumores que uno quisiera borrar. Una noticia me dejó helado y, al igual que a miles de victorenses, me abrió un vacío inmediato: había fallecido Óscar Almaraz.

El día soleado se transformó en nublado. Las redes sociales se llenaron de mensajes de incredulidad y pésame.

El silencio de la ciudad era casi físico, Victoria acababa de perder a un hombre que había hecho de su servicio público una forma de vida.

El alcalde que madrugaba por su gente.

En esta capital, la memoria colectiva es terca, y hay algo que jamás olvidará, a ese alcalde que, desde las seis de la mañana, ya estaba en la calle supervisando obras, verificando el servicio de limpieza o revisando alumbrado.

Fue la época en que los camiones de basura cumplían horario y hasta tenían su propia canción para anunciar su llegada.

Cuando los tránsitos contaban con patrullas nuevas y equipo digno; cuando la ciudad recuperó brillo con calles iluminadas y una COMAPA que funcionaba.

No se retiraba hasta la noche, hasta ver que cada lámpara quedara encendida.

Esa disciplina, ese estilo de cercanía, lo distinguía, no delegaba la atención, no mandaba con terceros, escuchaba y resolvía. Eso, simplemente, no se olvida.

Contador público egresado de la UAT, nacido el 13 de marzo de 1968, Óscar Almaraz construyó una carrera sólida.

Fue diputado local, presidente municipal de Victoria, diputado federal y siempre un gestor eficaz. Sus aportaciones se extendieron desde el Congreso local hasta San Lázaro, en comisiones de presupuesto, federalismo y migración.

Pero más allá de los cargos, lo que queda es su manera de ejercer la política: con oficio, técnica y un carisma natural que lo hacían cercano a la gente.

Padre, esposo, amigo, servidor público: esa era la descripción sencilla que él mismo hacía de sí en redes sociales.

Su repentina partida, deja a la ciudad con un nudo en la garganta, pero también con un recuerdo luminoso.

Óscar Almaraz fue uno de los pocos que entendió que la política no es oficina, sino calle, no es discurso, sino acción, no es poder, sino servicio.

Por eso, aunque su voz se apagó, seguirá presente en la memoria de esta ciudad que tanto amó y que tanto lo amó de regreso.

Descansa en paz, Óscar. Muchas gracias. Aquí, tu gente nunca te olvidará.

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