La vida por siempre feliz de Dios: homilía tras la masacre
Por Daisy Verónica Herrera Medrano
Reynosa, Tam.- Para hacerle saber a las familias de quienes fueron masacrados el fin de semana por el crimen, el Obispo de Matamoros, Eugenio Lira Rugarcía, ofició una misa en la Ciudad de Reynosa, desde ahí, hizo un llamado a los tres niveles de gobierno para que trabajen en conjunto, de manera coordinada, respetando las competencias, para garantizar a todos los ciudadanos una vida a la que tienen derecho: una vida digna y en paz.
“El mensaje es que no están solas (las familias), mi presencia aquí es decirles, la iglesia está con ustedes, la sociedad está con ustedes, Dios está con ustedes, el Señor no nos deja nunca, menos en los momentos de dificultad, ¿que tenemos que hacer? dejarlo que se acerque”.
Les recordó además que sus seres queridos no han dejado de existir, sino que han llegado a la meta: han llegado a la vida por siempre feliz de Dios.
Lo que arrebató la vida de esas personas inocentes dijo el Obispo, fue la violencia egoísta e inhumana, que tiene lugar cuando una persona solamente valora una parte del todo, y hace de esa parte del todo, un falso todo.
“Empieza a dejarse deslumbrar por el poder, por el dinero, y hace lo que sea por alcanzarlo, arriesgando su propia vida, y pasando por encima de la vida, la dignidad y los derechos de los demás”, por ello dijo que debemos trabajar como sociedad empezando por los hogares, para ayudar a tomar consciencia de la dignidad humana y fomentar una cultura de respeto a la vida.
A CONTINUACIÓN EL MENSAJE INTEGRO DE LA HOMOLÍA
Misa por las víctimas, las familias y la paz en Reynosa
Joven yo te lo mando: levántate (cf. Lc 7,11-17)
+Eugenio Lira Rugarcía, Obispo de Matamoros
Con tristeza, acompañada por la gente de Naím, una viuda lleva a sepultar a su hijo único. También ahora muchas familias reynosenses, acompañadas de amigos, vecinos y compañeros están sepultando con gran dolor a sus seres queridos ¡Reynosa ha perdido a varios de sus hijos únicos! Únicos, porque todos y cada uno somos únicos e irrepetibles.
¿Y quién nos ha arrebatado a esos hijos, hermanos, padres, amigos, vecinos y compañeros, únicos e irrepetibles? La violencia egoísta e inhumana ¡Cuánto daño, cuánto dolor y cuánta destrucción provocamos cuando, encerrados en nosotros mismos, nos dejamos engañar por el pecado y hacemos de una parte del todo un falso todo!
Entonces, deslumbrados por el dinero y el poder, los buscamos desesperadamente, creyendo que no hay nada más, arriesgando la propia vida y pasando por encima de la vida, la dignidad y los derechos de los demás. Los que actúan así, en realidad están muertos. Sus culpas mortales, como dice san Beda, los tienen encerrados en un féretro.
Pero Jesús, que nos conduce a la paz de Dios, está aquí. Siente pasión por lo que nos pasa. Se acerca a nosotros. Y como hizo con la viuda, nos consuela a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y de las personas, haciéndonos ver que con él la vida no termina, como lo demuestra al resucitar al muchacho.
No todo termina en esta tierra ¡Hay algo más! Algo infinitamente grande y maravilloso: la vida por siempre feliz con Dios. Vida que Jesús nos ha regalado con el poder del amor; amando hasta hacerse uno de nosotros y dar la vida. Gracias a él, nuestros difuntos, que han llegado a la meta, la casa del Padre, un día se revestirán de su piel y con su carne verán a Dios ¡Y nosotros estaremos junto a ellos para ser dichosos por siempre!
Solo el amor es capaz de vencer el pecado, el mal y la muerte, y de hacer triunfar para siempre el bien y la vida. Así lo demuestra Jesús al tocar el féretro y decir al joven: “yo te lo ordeno, levántate”. “Jesús –comenta el Papa– hace milagros… para poner en el lugar preciso a las personas… nos restituyó a todos en la dignidad de hijos de Dios… También nosotros debemos hacer lo mismo”.
Con Jesús, como familia y como sociedad, acerquémonos a los que, seducidos por el crimen y la violencia, están en el féretro mortal del pecado, y restituyámoslos a una vida nueva. A todos ellos les decimos: ¡Levántense! ¡No más violencia! Pueden cambiar. Aunque lo hecho, hecho está, siempre es posible mejorar y restituir de alguna manera el daño que se ha hecho.
Permitan a Jesús que los resucite y los devuelva a la unidad de su familia ¡Todos somos su familia, porque todos somos hermanos, hijos del mismo Dios! Nos duele verlos muertos en vida al provocar tanto mal. Pero hoy pueden cambiar nuestra tristeza en alegría, y nuestra pena en esperanza. Hoy pueden hacer de Reynosa, de Tamaulipas, de México y del mundo un lugar mejor para todos. Por ustedes, por los suyos y por todos, ¡háganlo! ¡No se queden en las tinieblas de la muerte! ¡Levántense a la vida!