Columnas

MIRADA DE MUJER

Luz del Carmen Parra

En duelo

Decir adiós nunca ha sido fácil, ni aun cuando se tiene la certeza de un posible reencuentro.
Recuerdo a la gran Lucha Villa con su inolvidable verso: “¿Cuál de los dos amantes sufre más pena? El que se va, o el que se queda. El que se queda, se queda llorando y el que se va, se va suspirando.”
Sin lugar a dudas hubo momentos en mi vida que me llevaron a tomar la decisión de separarme de personas muy cercanas, de seres entrañables que acompañaron mis días en mi pequeño pueblo, en mi paso por la universidad, o en mis días de grandes realizaciones profesionales en Radio Tamaulipas; que compartieron conmigo el esfuerzo por alcanzar mis sueños, mis aprendizajes de vida y mi crecimiento como persona. En aquel entonces, fui yo la que decidió buscar nuevas oportunidades, la que abandonó el nido, en el afán de encontrar nuevas experiencias, en los momentos que fueron definiendo mi camino.
Hoy me toca estar del otro lado. Se han ido, y para siempre. Muchos sin despedirse, y me he quedado llorando, sintiendo el enorme vacío que ha dejado su partida, y la pena se ha multiplicado porque se han sumado no uno ni dos, sino media docena de gentes que me acompañaron muy de cerca, que compartieron su vida y me permitieron estar y disfrutar de sus conquistas y llorar con sus dolores; porque además, no se me ha permitido vivir mi duelo, ni cerrar círculos con cada uno de ellos; las pérdidas se han multiplicado en tan poco tiempo, sin apenas asimilarlas, haciéndome olvidar la noción del aquí y ahora.
Sin apenas darme cuenta, de repente, me he visto en medio de una vorágine sin sentido, como si de pronto, me hubiera atrapado una enorme ola, y no pudiera encontrar la forma de tocar el fondo para lograr salir a tomar el aire, que me permita volver a la vida. Me siento en medio de un enorme remolino, que me jala al abismo de la tristeza y la depresión.
Recuerdo la partida de mi padre, sin duda el dolor más grande que recordaba haber vivido, por todo lo que significó su ausencia; la prolongada agonía de mi madre a sus 94 años, sin embargo, me hizo arrodillarme y clamar piedad… entendía la muerte como un proceso inevitable y necesario ante la fragilidad del ser humano y su imposibilidad para trascender a lo inmortal. Lo sabía y lo aceptaba. Me preparé para vivir esos momentos de su separación apoyada en mi fe.
Pero ahora, las noticias fatales se han suscitado de forma tan sorpresiva e inesperada, con apenas unos días de diferencia. Seres muy cercanos, personas muy queridas que dejaron huella en mi vida, han ido cayendo en medio de esta pesadilla. De pronto, lo que parecía tan distante y ajeno, se ha hecho presente.
La muerte ha tomado un significado diferente. Jóvenes y no tan jóvenes han visto sus proyectos de vida truncados. Cuántas cosas dejaron en el tintero y tuvieron que llorar por lo que, segura estoy, entendieron que era el final, que no habría más mañana. Y en su evaluación cuánto quedó por decir, cuánto que perdonar, cuánto por terminar.
Reflexiono en sus vidas, y los innumerables aprendizajes que adquirí con su cercanía y su cariño; sus invaluables consejos y sus ejemplos irrepetibles. Mal o bien supieron enfrentar sus propios retos y estoy segura, hicieron lo mejor que pudieron, con lo que cada uno tuvo a su alcance. Ellos cumplieron con su ciclo de vida, y quedarán en mis recuerdos con todo el cariño que supieron cultivar en mi. Agradezco a Dios por haberlos puesto en mi camino, pero es momento de continuar, de retomar el paso.
Me apresuro a concretar lo que tengo empezado, porque si de algo me ha servido vivir estas experiencias tan dolorosas, es para tomar conciencia de mi propia temporalidad. Hoy, decido aprovechar cada segundo de mi vida, para no dejar cosas inconclusas o conflictos sin resolver; no quiero que alguien ajeno, venga a revisar que guardo en mis cajones, o a poner en la basura lo que por años acumulé, y que nunca me di cuenta en qué momento dejaron de ser útiles o perdieron su validez.
Así que es necesario sacar fuerzas de donde sea y retomar todo aquello que llena de alegría mi vida, agradeciendo cada mañana por el latir de mi corazón, por el trino de los pájaros y la sonrisa de quienes día a día dan sentido a mi tiempo.

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