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El fantasma de Nixon

Por Daniel Santos Flores

En 1968, Richard Nixon ascendió a la presidencia de Estados Unidos, un país inmerso en el caos de la guerra de Vietnam y convulsionado por protestas sociales. Nixon se presentaba como el hombre que restauraría la ley y el orden, y bajo su mando, la Casa Blanca parecía el epicentro de la estabilidad política. Con su enfoque pragmático y su habilidad para negociar, fue el artífice de grandes avances, como el deshielo diplomático con China y la distensión con la Unión Soviética. Todo parecía indicar que Nixon estaba consolidando un legado presidencial duradero, hasta que su propio comportamiento comenzó a socavar las bases de su poder.

La historia de Nixon es la de un hombre que, impulsado por su ambición desmedida y su creciente paranoia, se rodeó de un círculo de confianza que, lejos de protegerlo, lo condujo a una serie de decisiones que sellarían su destino. El escándalo de Watergate, que comenzó como un intento de espionaje político en la sede del Partido Demócrata, fue solo la punta del iceberg. Pronto se destapó una red de encubrimientos, abusos de poder y corrupción, que en cualquier otra situación podría haber sido enterrada, pero la naturaleza pública del caso y las investigaciones exhaustivas de la prensa lo hicieron imposible.

Nixon, al principio confiado en que podría controlar la narrativa, se encontró atrapado en una telaraña de mentiras y manipulaciones. Las grabaciones de conversaciones secretas en la Casa Blanca revelaron su participación directa en el encubrimiento del robo en Watergate. A pesar de sus intentos por desviar la atención y despedir a los responsables, cada paso lo acercaba más a la caída.

El presidente, que en un inicio había sido considerado un maestro del poder político, se convirtió en un personaje insostenible dentro de su propio gobierno. Al final, incluso sus aliados más cercanos lo abandonaron, y el Partido Republicano, que había estado dispuesto a protegerlo, no tuvo más remedio que distanciarse para salvarse a sí mismo. El 9 de agosto de 1974, Richard Nixon, acosado por la inminente amenaza del juicio político, renunció a la presidencia, convirtiéndose en el primer presidente en la historia de Estados Unidos en hacerlo.

Historias similares se pueden escribir hoy en Tamaulipas, donde alcaldes de la marca morenista empiezan a ser insostenibles por su torpeza, no solo en el manejo legal de las situaciones que enfrentan, sino también en lo político. Y es que, en el caso del alcalde de la ciudad fronteriza de Reynosa, es muy sonado que, lejos de los amparos que lo sostienen, su soberbia es lo que lo tiene contra las cuerdas. Al igual que Nixon, se ha rodeado de un círculo de confianza que, lejos de protegerlo, lo ha llevado a tomar una serie de decisiones que parecieran haber sellado su destino.

¿Otro ejemplo? Ahí está el caso del alcalde de la capital, quien, al igual que Nixon, está por hacerse a un lado, acosado por la inminente amenaza de un juicio político. Incluso sus aliados más cercanos lo empiezan a dejar solo, y su partido no tendrá más remedio que tomar distancia y arropar a quien lo suceda.

El fantasma de Nixon recorre tierras tamaulipecas, y pareciera que, aunque lo han visto, no se han dado cuenta de lo que se les puede venir encima.

En menos de quince días, el jefe político del estado tendrá en su poder las riendas de la Fiscalía Anticorrupción. Ya cuenta con la Auditoría Superior y con la aplastante mayoría en el Congreso local. ¿Más señales?

 

Reenviado

Nixon, en su ocaso, tuvo un último destello de inteligencia: antes de que se fueran con todo contra él, entendió las señales y dimitió.

Eso le permitió vivir libre y alejado del poder… doloroso, pero al fin y al cabo, libre.

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