SINGULAR
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ADN, Pedigrí y Eugenesia: ¿La Revolución Genética que Nos Salvará o Nos Dividirá?
Por Luis Enrique Arreola Vidal.
Un correo que me dejó pensando en el futuro…
Hace unos días, llegó a mi bandeja de entrada un correo de la Federación Canófila Mexicana. A simple vista, el asunto parecía trivial: un artículo del Dr. José Luis Payró sobre cómo los avances genéticos están a punto de revolucionar la cría y selección de razas caninas. Un tema, digamos, reservado para los amantes del mundo canino.
Pero al leerlo, una frase me detuvo: “Los nuevos certificados genealógicos no solo incluirán el árbol familiar del perro, sino también información genética clave.”
¿Información genética clave? Ahí es donde la conversación se pone interesante. Porque esta idea, aparentemente inocente, tiene implicaciones que van mucho más allá de la cría de perros. ¿Qué pasaría si aplicáramos estos avances a los seres humanos?
Cuando el ADN deja de ser un código y se convierte en un plan.
Pensemos por un momento en el potencial de esta revolución genética. Un mundo donde cada recién nacido tuviera un “certificado genético” que garantizara la ausencia de enfermedades hereditarias. Un futuro donde el sufrimiento de generaciones podría evitarse con solo editar unas cuantas letras en el código de la vida.
Suena tentador, ¿no? El fin de enfermedades genéticas, el alivio de familias enteras, vidas prolongadas y saludables. La ciencia nos promete la capacidad de moldear el futuro, casi como si fuéramos dioses modernos escribiendo un destino sin dolor.
De hecho, ya hemos vislumbrado ese futuro. El científico chino He Jiankui lo hizo realidad—o, al menos, lo intentó. Editó el ADN de dos gemelas para hacerlas inmunes al VIH. Fue condenado, criticado y excluido del círculo científico, pero dejó una pregunta sobre la mesa:
¿Si pudiéramos evitar el dolor, no deberíamos hacerlo?
El lado oscuro de la perfección genética.
Pero el ADN es un arma de doble filo. La misma herramienta que puede curar, también puede dividir.
¿Qué pasa si la sociedad empieza a decidir qué genes son “aceptables” y cuáles no? ¿Qué si dejamos de hablar de prevención de enfermedades y empezamos a diseñar a nuestros descendientes? Inteligencia aumentada, altura ideal, color de ojos “perfecto”.
Suena distópico, pero no tan lejano. La historia ya nos enseñó los horrores de la eugenesia, cuando un régimen decidió que solo ciertas características eran deseables. Hoy, la tecnología genética nos enfrenta a la misma tentación, pero con un disfraz mucho más sofisticado.
Y aquí viene la pregunta incómoda:
¿Estamos preparados para jugar a ser dioses?
¿Avance científico o un nuevo tipo de discriminación?
El problema no es solo moral, es también social. La edición genética, al menos por ahora, es costosa. Quienes puedan pagarla tendrían acceso a una descendencia “mejorada”: más saludable, más inteligente, más fuerte.
Los que no puedan… bueno, ¿quedarán rezagados en una especie de segunda categoría? Un abismo genético que podría profundizar aún más las desigualdades sociales.
¿Estamos listos para un mundo donde el ADN determine oportunidades? Donde lo que llevas en tus genes pese más que lo que llevas en la cabeza o el corazón.
El perro, el humano y la ironía de la evolución.
Regreso al correo del Dr. Payró. Resulta irónico que estemos experimentando con la genética canina para perfeccionar razas, mientras que los dilemas más profundos sobre el futuro humano aún nos generan pavor.
La cría de perros siempre ha estado impulsada por estándares estéticos y de temperamento.
Ahora, con la genética, se busca erradicar enfermedades. Suena noble. Pero si el siguiente paso es la selección de “mejores” características físicas, ¿qué nos impide aplicar el mismo razonamiento a nosotros mismos?
La genética canina nos ofrece un espejo. Y la imagen que refleja es inquietante.
Reflexión final: entre dioses y monstruos
La revolución genética ya está aquí. El ADN se ha convertido en el nuevo lenguaje del poder. La pregunta no es si debemos usarlo, sino cómo.
¿Seremos capaces de usar la genética para aliviar el sufrimiento sin caer en la arrogancia de crear seres “perfectos”?
¿Sabremos detenernos antes de cruzar la delgada línea que separa el avance científico de una nueva forma de discriminación?
He Jiankui abrió una puerta que nadie se atrevía a tocar. El mundo canino está cruzando otra. Y detrás de ambas puertas está el mismo dilema: el poder de crear, el riesgo de dividir.
Quizá la verdadera revolución genética no esté en editar el ADN, sino en evolucionar lo suficiente como sociedad para manejar esa responsabilidad.
Porque al final, más que perfeccionar el código genético, el verdadero desafío es perfeccionar nuestra humanidad.