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Claudia Sheinbaum, León XIV y el Dios de Spinoza

Por Luis Enrique Arreola Vidal.

El siglo XXI ya no es el siglo de las ideologías: es el siglo de las integraciones imposibles.

Una física llega a la presidencia de México. Un Papa matemático reconfigura la fe desde el CERN. Y Spinoza, cuatro siglos después, se convierte en el teólogo no oficial del nuevo orden global. En medio del colapso de los dogmas políticos, religiosos y económicos, emerge una nueva trinidad: razón, evidencia y trascendencia.

El laboratorio como altar: Claudia Sheinbaum.

Claudia Sheinbaum no es una política tradicional: es una doctora en ingeniería energética, formada en la UNAM y Stanford, con más de 100 publicaciones científicas y participación en el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático que recibió el Nobel de la Paz en 2007.

Pero más allá del currículum, Sheinbaum representa un fenómeno inédito: una mujer de ciencia gobernando con la frialdad del dato y la convicción del ideal.

Su estilo no es carismático ni populista: es técnico. Sus decisiones no buscan el aplauso instantáneo, sino la coherencia sistémica.

Sheinbaum no invoca a Dios en sus discursos. Invoca a la lógica, a la modelación matemática y a la termodinámica social.

Y sin embargo, ahí reside su mayor espiritualidad.

León XIV: El Papa del código fuente.

En otro punto del tablero global, León XIV —el hipotético Papa físico y filósofo— redefine la noción de divinidad. Para él, Dios no está en las nubes ni en los dogmas, sino en las ecuaciones, en la materia oscura, en los algoritmos que replican la conciencia.

En su encíclica Ratio et Lux, plantea que los nuevos profetas no vendrán de Galilea, sino de los laboratorios cuánticos. Que el Espíritu Santo no desciende en forma de paloma, sino de neurona artificial. Y que si Dios existe, no es el vigilante del universo, sino su arquitectura implícita.

El Dios de Spinoza: El hilo que los une.

Ambos —Sheinbaum y León XIV— sin declararlo abiertamente, parecen beber del mismo manantial filosófico: Baruch Spinoza, el judío excomulgado que fundió a Dios con la Naturaleza y que siglos después inspiraría a Einstein, Hawking y tantos más.

Spinoza fue condenado por decir lo obvio demasiado pronto: que Dios no es una persona, sino el todo.

Que el universo no fue creado por una voluntad, sino que es la expresión misma de la divinidad.

Que lo sagrado no está en la excepción, sino en la regla: en cada átomo, en cada ley física, en cada patrón fractal del caos.

Claudia Sheinbaum gobierna con esa misma ética. León XIV predica con esa misma cosmología.

Uno desde el Estado laico.

El otro desde la Iglesia iluminada.
Ambos desde el Dios sin rostro que todo lo abarca.

¿El fin de la religión o su renacimiento?

Este nuevo paradigma no destruye la fe: la evoluciona.

La convierte en una búsqueda colectiva de armonía con el cosmos, no de obediencia ciega. En una espiritualidad sin superstición, sin infierno, sin chantaje metafísico.

Es la era del Dios lógico, del creyente que duda, del líder que calcula antes de prometer.

La santísima trinidad de la nueva civilización.

En el vértice de este triángulo moderno está el futuro:

• Claudia Sheinbaum, la física que aplica el método científico a la política.

• León XIV, el pontífice que traduce a Dios en lenguaje de datos.

• Y Spinoza, el filósofo que, sin saberlo, escribió el Evangelio del siglo XXI.

Quizás la historia no termine entre creyentes y ateos.

Quizás la batalla final no sea entre ciencia y fe.

Sino entre la ignorancia arrogante y el conocimiento humilde.

Porque al final, como dijo Einstein:

“Mi religión consiste en una humilde admiración hacia el espíritu superior sin límites que se revela en los pequeños detalles que podemos percibir con nuestra frágil mente.”

Y si ese es el nuevo Dios…

entonces estamos listos para el nuevo mundo.

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