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Politiquerías: El Nepotismo como Síntoma de un Sistema Podrido
Por: Luis Enrique Arreola Vidal
Vamos al grano: en México, el apellido pesa más que el currículum. Si tu papá es gobernador, tienes más posibilidades de acceder a un puesto público que un ciudadano con tres doctorados. Este fenómeno no es nuevo; es una institución no oficial en nuestro sistema político.
Los políticos aman hablar de cambio. Usan la palabra “transformación” como amuleto, la venden como si fuera un milagro y la estampan en cada discurso, en cada pancarta, en cada mañanera.
Pero la realidad es otra: siguen operando bajo las mismas prácticas de siempre.
Se rasgan las vestiduras en tribuna, condenan la corrupción y juran que acabarán con el amiguismo en el gobierno, pero al final, los puestos siguen quedando en familia. Porque en México, el mérito es un cuento y el nepotismo, es la verdadera llave del poder.
Cuando se habla de nepotismo, los políticos se ponen nerviosos. Y cómo no, si la nómina está llena de hijos de, novios de, primos de, esposas de, hermanos de. ¿Y las sanciones? Bien, gracias.
El castigo nunca llega porque el que debe aplicarlo también tiene a su un familiar en un cargo público.
Y aquí es donde entran las politiquerías:
El Senado pospone la reforma contra el nepotismo hasta 2030.
Los partidos cierran filas y justifican la herencia de cargos.
Los gobernantes dicen que su hermano, casualmente, era el más capacitado.
Los jueces hacen malabares para no tocar a sus propios colegas.
Y mientras tanto, el ciudadano común ve cómo un junior gana en un mes lo que él no gana en un año o roba en un pestañeo lo que una persona común no ganará en toda su vida.
El nepotismo es la muestra perfecta de cómo en México la política no es servicio, es patrimonio.
El Cinismo de la Simulación.
Dicen que la Cuarta Transformación vino a cambiarlo todo. Que Morena es distinto, que ya no hay corrupción, que los privilegios terminaron.
Pero si el gobierno se sigue llenando de familiares bien acomodados, entonces no ha cambiado nada.
Eso no es transformación, es simulación.
Lo más alarmante es que existen leyes que prohíben estas prácticas, pero se aplican como las dietas en diciembre: solo en teoría.
La Ley General de Responsabilidades Administrativas y el Código Penal Federal establecen sanciones que van desde la destitución hasta la inhabilitación, pero el castigo casi nunca llega.
Si el encargado de sancionar es tu compadre, tu primo o el esposo de tu hermana, todo queda en una simulación.
Por eso, cuando el Senado decidió aplazar la reforma contra el nepotismo hasta 2030, lo hizo con una sonrisa en la cara.
“Sí, sí, vamos a cambiar… pero en cinco años”.
¡Qué risa! Como si en ese tiempo los que hoy están en el poder no tuvieran la nómina llena de primos, sobrinos y pasiones.
El Caso Tamaulipas: Un Nido de Nepotismo.
Este no es un problema exclusivo del ámbito federal. En Tamaulipas, por ejemplo, la mayoría de las dependencias del gobierno estatal están plagadas de familiares directos en línea recta, colateral y por afinidad.
Aunque las leyes locales, como la Ley de Responsabilidades Administrativas del Estado de Tamaulipas, prohíben expresamente el nepotismo, en la práctica, estas normas parecen ser letra muerta.
Los puestos clave se reparten entre familiares y amigos, perpetuando una cultura de corrupción y amiguismo que afecta directamente la eficiencia y transparencia del gobierno estatal.
Además, en el Poder Judicial, el 49% de los empleados tiene al menos un familiar dentro del mismo sistema.
¡Casi la mitad!
Y nos preguntamos por qué la justicia en México es tan lenta…
Sheinbaum y su “Cero Tolerancia”.
Si el nepotismo es un cáncer de la política, Morena tiene que empezar por extirparlo desde adentro.
La Cuarta Transformación se construyó con la promesa de acabar con la corrupción, pero si la nómina de sus gobiernos está llena de “hijos de”, “novios de”, “hermanos de”, “esposas de”, “sobrinos de”, ¿qué diferencia hay con las administraciones anteriores?
Por ello, Claudia Sheinbaum ha enviado un mensaje contundente a su partido: “cero tolerancia al nepotismo”.
El servicio público no es para hacer favores ni pagar deudas familiares; es para servir al pueblo.
Si Morena desea que el pueblo siga confiando en ellos, deben demostrar que son distintos.
No pueden hablar de ética mientras los familiares de sus funcionarios llenan las dependencias de gobierno.
El Cambio No Vendrá de los Políticos.
Seamos sinceros: esto no cambiará solo con discursos.
El problema es cultural y está arraigado en todos los niveles del gobierno.
Si no hay presión social, si la ciudadanía sigue viendo el nepotismo como algo “normal”, nada cambiará.
Entonces, ¿qué hacemos?
Primero, exigir transparencia.
Cada vez que un político o funcionario acomode a su familia en un puesto público, hay que exhibirlo.
Hay que hacer ruido, exigir rendición de cuentas y recordarles que están ahí para trabajar por el pueblo, no para hacer de su gobierno una agencia de colocación.
Segundo, aplicar las leyes.
Si el Código Penal Federal ya establece sanciones, que se apliquen de verdad.
Que el nepotismo no sea solo un tema de denuncia en redes sociales, sino un delito castigado con cárcel e inhabilitación real.
Tercero, que los partidos políticos se pongan serios con este tema.
No basta con decir “combatiremos el nepotismo”; tienen que erradicarlo desde su propia estructura.
El nepotismo no es solo una anomalía del sistema político mexicano; es su espina dorsal.
Mientras los cargos públicos se sigan heredando como si fueran propiedades familiares, México seguirá siendo un país donde el mérito vale menos que el apellido y donde la democracia es solo una pantalla para disfrazar un sistema de castas y un clientelismo diferenciado.
Si realmente queremos un cambio, es hora de exigir que en el gobierno no haya “cuotas y cuates”, sino servidores públicos con capacidad, integridad y vocación.
Sin padrinos, sin compadrazgos, sin herencias políticas y sin pasiones en la nómina.
“Mientras el nepotismo siga siendo visto como un ‘mal necesario’, México seguirá estancado en la simulación democrática. La verdadera transformación exige no solo leyes, sino una revolución ética desde abajo.”