MIRADA DE MUJER
Luz del Carmen Parra
Distanciamiento familiar
A mí me emociona la vida. Siento que vale la pena vivir estés donde estés, en medio de acontecimientos que te llenan de ilusión o atravesando situaciones que ponen a prueba tu capacidad de resistencia, siempre y cuando estés rodeado de seres que te quieren y te acompañan en el transcurrir de tus días. Fue con ellos que aprendí que cada quien tenía derecho a hacer lo suyo, por su cuenta, en su tiempo y a su manera, y que mi felicidad no estaba en sus manos, sino en las mías.
Entendí que debía respetar su espacio y sus proyectos, y convertirlos en mis motivos; así encontré en sus realizaciones mi gusto y placer y también pude ver como mis logros les llenaron de alegría. Arroparon y multiplicaron mis expectativas y las enriquecieron, impulsándome a descubrir y a dar más de mí misma.
Cada uno en su trinchera, haciendo su mejor esfuerzo por descubrir el camino de su realización, por darle sentido a sus vidas, tratando de encontrar su misión para trascender la rutina, dándonos la oportunidad para compartir momentos enriquecedores donde el sentimiento amoroso, nos permitía reconocernos como parte de nuestra familia.
Sin embargo, he de aceptar, que en ciertas coyunturas también se dieron desacuerdos y distanciamientos, que vinieron a romper la armonía familiar; la falta de comprensión, la expresión de opiniones diferentes en momentos inoportunos, algunas palabras dichas en tono ofensivo, no se olvidaron, quebrantaron la convivencia de aquellos días llenos de risas y juegos infantiles, que inundaron esa casa inmensa, que cobijó momentos inolvidables.
Algunas veces no tuvimos la capacidad de resolverlos adecuadamente y en su momento, por no tener la voluntad de reconocer nuestros errores, o por no saber disculparnos a tiempo, por la soberbia de no ceder cuando entendíamos que teníamos la razón, se fueron quedando atravesadas decepciones, rencores callados, silencios que enfriaron nuestras emociones y la necesidad de reencontrarnos y abrazarnos.
Tristemente algo se rompió y se perdió la calidez. Nos separamos y se perdió la oportunidad de convivir en muchas fechas conmemorativas que antaño llenaron de recuerdos no solo a los pequeños, sino a los adultos; hermanos, primos, tíos, sobrinos, cuñados, olvidamos la fuerza del amor filial que nos enseñaron nuestros padres. Dejamos pasar los días y los meses, permitiendo que el orgullo y la necedad impidieran la reconciliación, que la distancia no solo física, sino emocional, invadiera la relación afectiva, y ya no se acudió a la cita, ya no se recibió una llamada de felicitación en los aniversarios, ni siquiera un “watts” para saber cómo iba todo.
En estos momentos que la vida me está mostrando la cruda realidad de aquellos versos de Johan Manuel Serrat en su inigualable “Pueblo blanco”, donde cantaba “nacer o morir, es indiferente”, me doy cuenta que, tarde o temprano, perdemos la guerra contra el tiempo, y me obligo a reflexionar la necesidad de recuperar lo que se ha quedado suspendido, lo que ha dejado de fluir con tanta energía dándole sentido a mi existencia.
Nunca me había tocado sentir tan de cerca la incertidumbre de la continuidad. El acecho de la muerte está por doquier. No huele, no se escucha, no se olfatea ni se siente y, sin embargo, cada día se lleva a seres más y más cercanos, más queridos, más insustituibles, sin tener la oportunidad de acompañarlos, de despedirlos, de cerrar círculos.
Este distanciamiento forzoso me lleva a sentir necesariamente el dolor de esa separación voluntaria y egoísta, inconsciente e irracional provocada por circunstancias que, a través del tiempo, si lo analizo, fue ocasionada por algo totalmente intrascendente. La tristeza y el desconsuelo de muchas familias me urge a volver los ojos a lo que se ha quedado atrás, a recuperar el tiempo y a decir “lo siento” y a buscar el rostro y la sonrisa, la compañía y el apoyo de todos mis seres queridos, a entender que muchas veces vale más negociar, aun cuando sepamos que tenemos la razón.
Quiero pensar, que poco a poco, tendremos frente a nosotros la posibilidad de dar cada día un paso más al acercamiento gradual, que nos permitirá extender de nuevo los brazos para decirnos cuánto nos hemos extrañado. Que esta situación nos ayudará a valorar la importancia de permanecer unidos como familia, listos para apoyarnos en todo lo que sea necesario. Que no estamos solos y que, aun en la distancia, el vínculo emocional que aprendimos desde niños, sigue estando presente en nuestras vidas.
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