Columnas

MIRADA DE MUJER

Luz del Carmen Parra

¿Dónde está papá?

Tal vez sintiendo ya la cercanía de la celebración del Día del Padre, fue que en uno de mis sueños surgió la imagen siempre recordada de quien me dio la vida y me enseñó a vivirla con el enorme placer que se siente respirar cada mañana, ese aire fresco del amanecer, de encontrar tanta belleza en los colores de la naturaleza y en el canto de los pájaros.
Lo ví disfrutar de las cosas simples. Era un hombre con un enorme corazón de niño. Aún recuerdo esas tardes cuando regresaba a casa y preguntaba que hacíamos y pedía permiso para incorporarse a nuestros juegos. Reía y bromeaba. Siempre cercano. Atento a las mínimas necesidades y dispuesto a todo por el bien de su familia, que siempre fue el centro de sus esfuerzos.
Era quien cobijaba mis temores, que surgían al resplandor del rayo en una tormenta; quien abrigaba mis angustias, ante las terribles arañas que me amenazaban en mis desvaríos febriles, cuando en ocasiones mis amígdalas se hacían presentes. Era su mano, la que me daba confianza al saltar un vacío entre las piedras que rodeaban las aguas profundas, de pequeñas cañadas formadas por el rio que bañaba sus sembradíos. Su voz tranquilizadora, la que me guiaba por las oscuridades de las cuevas cubiertas por murciélagos, que me aterrorizaban con su vuelo.
Con su cercanía y sus cuidados, su amor y su ternura, me enseñó a sentirme amada, protegida y segura, lo cual a lo largo de mi vida ha sido fundamental. Su presencia siempre fue necesaria y significativa. Fue tanto lo que representó en mi vida, que a veces siento que sigue vivo, y mis pensamientos inevitablemente vuelven a aquella casa que cobijó mi infancia, en busca de su presencia amada.
¿Dónde está papá? A veces vuelvo a ser la niña que lo busca incansablemente. A pesar de los años y de la experiencia, regreso a ese soporte emocional que me abriga en los momentos difíciles, que hace que escudriñe en sus consejos la solución posible a mis conflictos.
Se ha quedado en mí, estoy segura. Lo siento en mi sangre corriendo por mis venas. Toda su sabiduría está en mí; me urge a ver la vida con menos miedo y más esperanza, me invita a confiar en el ser humano sin juzgar ni cuestionar, me empuja a negociar posiciones con serenidad y grandeza y me repite que el que se enoja pierde.
Me recuerda, que más vale no preguntar cuando se conoce la respuesta por anticipado, que mi compromiso ante la vida es tan grande, como mi deseo de servir y que, si la solución de los problemas está en mis manos, es mi responsabilidad atenderlos, sin olvidar que mi palabra tiene tanto peso, como cualquier papel firmado.
Gracias papá. Gracias por enseñarme tanto. Por acompañarme, sin obstaculizar mis decisiones, aunque te vi llorar al partir de tu lado. Por cuestionar, sin mayor afán que compartir, por estar presente, por seguir siendo parte de mi vida. Gracias por enseñarme el valor de la familia y la trascendencia del amor por los hijos.
Gracias por permanecer, por ser y por estar siempre atento a mis pequeños grandes avances, por disfrutar conmigo mis metas y mis esfuerzos por conseguirlas. Mi sostén y mi motivación. Callado, en ocasiones, pero siempre presente, observando mi crecimiento.
Gracias por seguir estando aquí, aunque no te vea ni te toque, sé que sigues conmigo. Pendiente de mí. Te siento y te palpo. Eres parte de mis conversaciones y aunque no escuche tu voz, ya intuyo tus respuestas. Tus consejos, siguen siendo mi guía. Tu ejemplo, mi luz. Tu amor, mi fortaleza.
Gracias por caminar siempre a mi lado. Aprendí en la distancia a continuar con lo enseñado, a verte con los ojos del corazón y a escucharte en mis latidos, desde mucho antes de tu partida. Quizás por eso hoy sigo platicando de ti como si estuvieras conmigo. De hecho, creo que nunca se romperá ese lazo, que desde niña me unió a tu mano.
A pesar de los años, recuerdo siempre la sensación de seguridad que me provocaba el saber que fuera donde fuera y estuviera donde estuviera, yo tenía un lugar a donde volver, sabiendo que alguien estaba esperando con alegría mi regreso, alguien que me quería y que me abría las puertas de aquella casa con una sonrisa y los brazos abiertos.
“Tengo recuerdos de niño en los que te veía gigante, hoy que soy adulto, te veo aún más grande”, reza una frase anónima que encierra mucho de mi sentir por papá. Cómo lo extraño.
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