Columnas

MIRADA DE MUJER  

Ser diferente

Luz del Carmen Parra

Algo había dentro mí, que observaba como transcurría la vida a mi alrededor y analizaba en perspectiva el futuro que por inercia seguiría, sin duda, en los años por venir. Me acercaba a mi adolescencia y ya me asignaban tareas propias de una mujer, porque decía mi madre en aquellos años, la “secundaria la hacen aquí, conmigo”, y eso significaba aprender, apenas a los 12 años, a llevar la pesada carga de quien al cumplir los 15, ya estaba lista para el matrimonio.

La posibilidad de asistir a la escuela secundaria, era opcional en aquellos años y en casa no se percibía como algo diferente, que abriera otras alternativas de vida. Pensar en hacer una carrera profesional no era una opción, porque implicaba dejar la seguridad de aquel pequeño pueblo. Simplemente inimaginable.

Y, sin embargo, algo se fue transformando en mi interior. Cada vez me convencía de querer romper ese círculo y buscar otras formas de vida. No me veía a mis 20 años con la responsabilidad de llevar a cuestas una familia. Quería darle otro sentido a mi existencia. Descubrir otras formas de pensar, conocer y explorar que había más allá de las pequeñas montañas que rodeaban mi pueblo.

Dejar atrás el confort que representaba ser hija de familia, y enfrentarme a un mundo totalmente diferente al que hasta entonces había conocido, me exigió hacerme cargo de mí misma y tomar conciencia de la responsabilidad de mis decisiones. La convivencia con jóvenes, no sólo de los distintos estados de la república, sino también de los más variados países con los que la UNAM tenía convenios de intercambio, me dio la posibilidad de construir y reconocer mi propia identidad.

Pude darme cuenta de las grandes diferencias que tenemos entre si los seres humanos. Cada uno, somos el resultado de nuestra propia experiencia de vida, de los valores que hemos aprendido en el seno familiar y de las tradiciones culturales, que nos han formado como parte de una nación. Tan respetables los unos, como las otras.

Son esas diferencias las que nos hacen únicos e irrepetibles. Las que definen las características que forman nuestra personalidad y nos hacen posible la convivencia sin dejar de ser nosotros mismos. De abrirnos a conocer otras culturas, idiomas, creencias religiosas, no solo como parte de una lectura, ni como espectadores lejanos, sino con el ánimo de enriquecernos, de apreciar y aceptar lo que somos y lo que tenemos, partiendo de reconocer y respetar lo que identifica a los demás y todo lo que implica coexistir en un espacio compartido.

De ver el alma que anida dentro de una piel morena, negra, blanca o amarilla, sin que ésta sea un obstáculo para un entendimiento cuando los argumentos hablan por sí mismos. Cuando la diversidad de lenguas no impide la comunicación y los ojos y las manos suplen lo que los sonidos no pueden lograr. Cuando nuestro Dios se asemeja al de los demás, a pesar de que su nombre y su rostro no coinciden.

Cuando en nuestras diferencias empezamos a entender nuestras coincidencias. Cuando nos descubrimos tan idénticos, una misma especie con un origen común, dominada por su necesidad de sentirse amada, aceptada y reconocida, sin importar si eres ciudadano ruso, americano, sudafricano o árabe, nos damos cuenta que el ser humano es único, y sus necesidades son las mismas y, lo que a cada uno nos distingue, es la forma en que las hemos resuelto y los aprendizajes acumulados por generaciones.

Ganar, ganar, es vivir sumando a nuestra vida, nuevas experiencias y conocimientos que a diario percibimos en quienes nos rodean, sin identificar como una amenaza lo desconocido y sin tratar de imponer nuestros propios aprendizajes como ley, buscando cambiar su identidad. Luchar por alcanzar nuestras metas y objetivos y respetar el esfuerzo cotidiano de los que coinciden con nosotros en el camino. Defender nuestras propias convicciones, pero tratando de entender las de los demás, tolerando las ideas que surgen de la discusión y alcanzando acuerdos que permitan nuevas formas de convivencia.

Me reconozco como el resultado de esa mezcla de aprendizajes que he alcanzado gracias a la gran diversidad de personas que he tenido la oportunidad de conocer a lo largo de tantos años. He aprendido a respetar y a valorar lo que cada uno me ha dado, sin olvidar lo que soy, ni de dónde vengo. Amo, e identifico, mis raíces y con mucha satisfacción puedo reconocer, que sigo manteniendo intactos mis principios y valores aprendidos en medio de una familia que siempre arropó mis sueños, sin importar la distancia.

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