MIRADA DE MUJER
Tiempos de vacas flacas
Luz del Carmen Parra
Cuando se les baja la moral, cuando hacen un esfuerzo multiplicado, cuando ponen toda la carne al asador y sin embargo no es suficiente, ¿cómo les enseño a mis hijos que en la vida también hay tiempos de vacas flacas? ¿Cómo les digo que es necesario resistir y ser fuertes para salir adelante en los momentos de prueba? ¿Cómo acompañarlos en estos instantes de incertidumbre? ¿Qué les digo cuando la zozobra se hace presente a cada paso que dan?
Inevitablemente surge la imagen de mi padre y mis recuerdos de niña; cuando se acercaba la temporada de cosecha, allá por el mes de febrero, hubo ocasiones que el frío arreciaba y de repente, justo cuando su siembra de papas se veía hermosa y con una producción prometedora, de forma inesperada, el cielo empezaba a despejarse y amenazaba la helada.
Eran épocas muy duras, donde aprendí cómo a pesar de los desastres naturales, de los momentos difíciles, había que ser fuerte. Lo vi enfrentarse a lo inevitable, pero no quedarse con las manos cruzadas mientras sucedía. En medio de la noche, se iba a su parcela y soltaba las compuertas de sus acequias, para que el agua atravesara cada uno de los surcos y regara sus plantas tratando de protegerlas de lo que, en la madrugada, durante las horas más frías, azotaría de forma despiadada su sembradío.
A veces era suficiente su esfuerzo y lograba salvar su cosecha, cuando los termómetros marcaban 2 o 4 grados, pero cuando se confirmaba la helada porque aparte de llegar a los 0 grados, caía lo que le decían aguanieve, todo se perdía. En esos momentos lo escuché decir “hoy nos tocó perder, para que otros ganen”.
Ya no recogía cosecha, aquellas montañas de papa, se quedaban en la tierra para que le sirviera de abono y confiado repetía: “el próximo año vamos a tener una muy buena cosecha, Dios nos multiplicará”. Era un año muy difícil. Eran momentos de estirar los ahorros y de cuidar al máximo el gasto para intentar resolver los imprevistos que a lo largo del año pudieran presentarse. Había que resistir y se preparaba para suplir de otras formas lo perdido.
Nadie estrenaba ni zapatos, ni ropa. Vi a mi madre zurcir calcetines y parchar pantalones. Fueron épocas en las que, siendo niños, no importaba gran cosa. Nunca faltó lo necesario. Mi padre multiplicaba su esfuerzo y con su ganado, que en esos años se veía reducido por la urgencia de vender alguna de sus vacas o sementales, podía cumplir con los compromisos y sostener las necesidades de su familia.
Nunca lo vi derrotado, ni lamentarse de lo ocurrido. Siempre echado pa’ delante. Triste, sí. Preocupado, también. Pero nunca perdió su sentido del humor, ni llenó el ambiente familiar de frustración. Había limitaciones, pero lográbamos sobrellevarlas.
Esos recuerdos me confortan y me hacen recobrar la confianza. Sé que en mis hijos corre su sangre y que de alguna u otra forma surgirá esa fortaleza y se despertará el espíritu de lucha de mi padre. Que darán la batalla ante sus propios retos y que sabrán sacar la casta para enfrentarlos con decisión.
Entenderán que es en los momentos de prueba cuando se demuestra de qué estamos hechos. Que la imaginación y la creatividad, surgen precisamente en estas épocas difíciles. Que hay que echar mano de todas nuestras capacidades y aplicarlas, en donde sea posible, en tanto llegan mejores tiempos. Que lo más importante es sobrevivir, cruzar el puente, mantenerse firme y dar lo mejor de sí mismo.
Tendrán que aprender que no siempre podrán conseguir lo que esperan, como lo planean, en el momento exacto en que lo desean. Deberán desarrollar habilidades para manejar la frustración, para evitar que los derrote. Tomar conciencia del entorno y poner todo de su parte, para trascender a las adversidades y aprovecharlas para cimentar nuevos proyectos, poniendo su visión más allá del aquí y ahora.
Les recordaré que Dios ha hecho maravillas en cada uno de ellos y que aprendan a confiar en sus capacidades. Que busquen dentro de sí mismos la respuesta a todas sus interrogantes. Que es ahí donde se encuentra su fortaleza. Que son momentos de retos y aprendizajes. Que sean perseverantes.
Confiada, les repetiré una vez más, la frase de Isaac Felipe Azofeifa, quien decía: “De veras hijo, ya todas las estrellas han partido. Pero nunca se pone más obscuro, que cuando va a amanecer”.
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