Columnas

MIRADA DE MUJER

Libertad con responsabilidad

Luz del Carmen Parra

“Me comprometo a hacerme responsable de los daños y perjuicios que ocasione, voluntaria e involuntariamente”, rezaba, entre otras normas, el reglamento interno de la Academia Comercial García Martínez, una institución que gozaba de gran prestigio en mi pueblo, a la que asistí en mi adolescencia. Recuerdo con mucha gratitud a la señora Leonor, dueña y directora, aunque en aquellos años su personalidad imponente, llegaba a causarme un poco de temor, por su extrema disciplina y nivel de exigencia que aplicaba a sus alumnos.
Cuanto más concentrada estaba, cuando solo se escuchaba el sonido de las máquinas de escribir del grupo de jóvenes que asistíamos a clases, de repente, desde el fondo de la casona, se escuchaban sus gritos amenazantes, exigiendo todavía más concentración y llamando la atención de alguno de mis compañeros, que en murmullo conversaba con el que estaba al lado.
De ella aprendí que mis actos tienen consecuencias inevitablemente. Que lo que haga, o deje de hacer, se verá reflejado en mi entorno. Que, aunque no quiera, serán afectados quienes comparten conmigo el mismo espacio y, que no se vale decir “es que yo no sabía” o, “es que yo no quería”. Me ubicó en el principio de realidad, que exige poner toda la atención en cumplir con las responsabilidades. Tomé conciencia de que “el hubiera” no existe, así que nada podía justificar un descuido.
Me llevó tiempo asumir el compromiso conmigo misma de hacer bien las cosas, de medir los riesgos y de saber que, aun cuando sentía que tenía todo bajo control, podían presentarse situaciones impredecibles, que cambiarían el resultado esperado. Tomé conciencia de mis fortalezas y limitaciones y, me preparé mentalmente, para responder con compromiso a lo que provocara, sin intentar culpar a los demás y siempre con la apertura de aprender de mis errores.
Me apliqué a hacer las cosas con sumo cuidado, planeando y organizando, cumpliendo ordenadamente cada paso, como disciplina, respetando el área de trabajo de los demás, y sabiendo que en cualquier momento podían presentarse contrariedades o afectaciones, que voluntaria e involuntariamente dañarían a los demás, con consecuencias indeseables o quizás hasta dolorosas.
No se valían los pretextos o las excusas. “¿Te lo sabes, o no te lo sabes?”, repetía insistentemente con voz firme y autoritaria, cuando nos preguntaba los significados de la lista de palabras que correspondían a la lección de lexicología del día; sinónimos, antónimos, puntuación, consonancia, todo debía estar bien aprendido de memoria, porque si no, inmediatamente, venían las consecuencias. “Si estudiaste, no tienes por qué titubear”, decía en forma cortante y a manera de presionar “si no, se honesta y no me hagas perder el tiempo. ¡Vete al patio a estudiar! ¡Tarea no cumplida!”. No había manera de negociar. Era tajante.
Si por algún descuido ocasioné un accidente, tuve que repararlo. Si rompí algo, tuve que reponerlo. Si mis palabras no fueron correctas, aprendí a disculparme. Poco a poco asumí como propio el principio de hacerme responsable de las consecuencias de mis actos, fueran voluntarios e involuntarios los daños que ocasionara. No se valía refugiarme en explicaciones o en tratar de justificarme, había que responder con madurez y reparar el daño.
Con la capacidad de tomar decisiones por mí misma, también asumí la responsabilidad y el compromiso de aceptar sus consecuencias y, más que una carga, a la larga ha sido una liberación para mí, porque puedo prever en cierta manera, lo que resultará de lo que hago o dejo de hacer y he aprendido a disculparme, a no culpar a los demás y aceptar mis errores como aprendizajes.
De nada me ha servido llorar y clamar que retroceda el tiempo cuando me he equivocado. He aprendido que mis actos conllevan responsabilidad, pero también a través de los años, pude apreciar mucho mi capacidad de decisión, y disfrutar de la libertad de elegir, asumiendo la importancia de hacerme responsable de sus consecuencias. Considero que eso me ayudó a madurar, a alcanzar un crecimiento personal que me permite mezclar libertad con responsabilidad. Creo que esa es la clave.
“Soy responsable de mi pensar, sentir y actuar, me guste o no, los culpables no existen”, dice una frase de Elle Ferreira, y la asumo totalmente, porque me gusta aceptar el reto de tomar decisiones y asumir con responsabilidad su resultado.
Siempre existe la posibilidad de equivocarme, que mis planes varíen en el actuar con el resto, pero estoy decidida a seguir cumpliendo con lo aprendido en aquel reglamento que me enseñó la Señora Leonor, que en paz descanse.

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