MIRADA DE MUJER
Regalos de Navidad
Luz del Carmen Parra
La magia de la Navidad llegó a mi vida a muy temprana edad. Es una de las tradiciones más hermosas que aprendí en familia. Rodeada de juegos, dulces, piñatas y regalos muy hermosos que aparecían de la noche a la mañana bajo el árbol de Navidad, junto al enorme nacimiento lleno de pastores, heno y luces multicolores, que encendían y apagaban al ritmo de las notas musicales acordes a la celebración.
Esa noche, antes de irnos a dormir, mamá nos recordaba con emoción contenida, que había que dejar el zapato en algún lugar de ese escenario que había montado, esperando la llegada del Niño Dios. Se destacaban dentro de una casita hecha con pedazos de madera, San José y la Virgen María, custodiando un pesebre dispuesto para recibir al recién nacido, sin faltar el burro, la vaca y los borreguitos en la decoración.
Esperábamos despiertos hasta altas horas, intentando en vano ver el momento en que llegaran los juguetes, pero el sueño nos vencía, sin haber descubierto el misterio. Era en vano. No lográbamos adivinar por dónde entraba el mensajero con nuestros regalos.
Recuerdo que, sin existir previo acuerdo, el primero que despertaba corría a ver si habían llegado los regalos, y apenas percibía aquel mundo de juguetes dispersos por la sala, empezaba a hacer tal algarabía que la paz de la noche, era interrumpida cuando aún no aparecían los primeros rayos del sol.
Cada uno saltaba emocionado al reconocer su zapato y lo que había junto a él. Pelotas, juegos de té, bicicletas, carritos, canicas, pistolitas de agua, yoyos y trompos de madera, muñecas de ojos cafés, negros o azules, con pelo corto o largo, con trenzas o rizos, vistiendo hermosos vestidos, que en muchas ocasiones fueron confeccionados por mi madre, a escondidas, en los tiempos que se daba después de atendernos. Todos encontrábamos algo especialmente seleccionado, pero nada parecido a lo sugerido, en la cartita que le preparábamos con anticipación al Niño Dios.
Conforme fuimos creciendo poco a poco los regalos fueron cambiando, los juguetes se hicieron menos y aparecieron los suéteres, pantalones o camisas, zapatos, huaraches o tenis, vestidos, faldas o zapatillas, pero cuánto seguimos disfrutando el reunirnos y convivir con los más pequeños. De pronto aquellos niños nos convertimos en papás y asumimos el goce de acercar a nuestros hijos el regalo de Navidad.
Cuando papá empezó a visualizar a sus hijos en edad productiva, se hizo de un taller de carpintería para asegurarles un espacio de trabajo, que les proveyera lo necesario para formar su carácter y responsabilidad como proveedores. Mi hermano mayor se hizo cargo de la administración y en dos o tres años más, se casó. Pronto sería protagonista muy especial, en esta tradición familiar de Noche Buena.
En aquellos años yo estudiaba en la Ciudad de México; fue entonces, cuando al regresar al seno familiar para la celebración de la Navidad, que pude verlo muy concentrado, jugando con pedacitos de madera, formando sillas y mesas, camas y cunas, pegando, tallando y pintando cada trozo que unido, daba vida a los muebles de una casita que recogería los sueños infantiles de sus retoños. Parecía que disfrutaba tanto o más como lo harían sus niños. Lo recuerdo con mucho cariño, admiración y respeto, creando con sus propias manos lo que había imaginado, uno o dos meses antes, como regalo de Navidad para cada uno de ellos. En ese entonces tenía tres pequeños, dos mujeres y un hombre.
No podía faltar el caballito, carritos o carretas para arrastrar unos trozos de madera. Todo lo hacía con la paciencia del Santo Job y su rostro dibujaba una sonrisa de satisfacción al surgir de entre aquellos pedacitos de madera, los diminutos enceres que darían vida a los distintos espacios diseñados dentro aquella pequeña habitación. Realmente no sabría decirles quien estaba más emocionado si el papá, que veía acercarse la fecha, trabajando horas extras por acabar con su proyecto, o los niños, que esperaban ansiosos la llegada de tan singular fecha, sin imaginar siquiera lo que su papá preparaba para cada uno de ellos.
Si. La llegada de la Navidad me emociona como cuando era niña. Y aun cuando mis hijos son adultos, la sigo disfrutando de igual manera. Es una fecha muy especial que me hace volver los ojos a mi familia. De expresarles cuánto los amo. A muchos momentos que dieron fuerza a las horas aciagas que no han faltado en el camino. Es la ocasión que me permite el reencuentro y la reconciliación.
Esta vez, sin piñatas, sin juguetes ni dulces, volveré a disfrutar mi Navidad, agradeciendo a Dios el regalo de mi vida y la de mis hijos; de mi esposo y de mis amigos, recordando con toda mi gratitud, a mis padres, que me dieron una infancia feliz.
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