SINGULAR

¡La libertad de opinar!
Por Luis Enrique Arreola Vidal.
Decir lo que uno piensa es, sin duda, un acto de valentía; pero en el México de 2025 pensar antes de hablar resulta todavía más subversivo.
Las redes sociales han democratizado la voz, mas no el pensamiento. El derecho a expresarse se ha confundido con la obligación de gritar, y la libertad se prostituye en likes.
Lo que ayer era disidencia hoy es “contenido viral”; lo que antes fue censura se llama ahora “algoritmo”.
Sin embargo, la comedia se torna tragedia cuando el poder decide convertir las emociones digitales en delitos penales.
Puebla acaba de estrenar su Ley de Ciberseguridad —rebautizada por la prensa como Ley Censura— que castiga los «insultos» en redes con hasta tres años de prisión y 40 000 pesos de multa.
El gobernador Alejandro Armenta no necesitó garrote; le bastó la suavidad de un decreto publicado el 14 de junio para volver delito lo que ayer era simple impertinencia. 
En Campeche, la norma gemela ya mostró los dientes: al periodista Jorge Luis González, exdirector de Tribuna, lo vincularon a proceso por “incitación al odio” tras criticar a la gobernadora Layda Sansores.
Su micrófono fue convertido en prueba del delito y la sala de audiencias sustituyó a la plaza pública. 
El contagio avanza: en Veracruz se discute una reforma a la Ley Federal de Telecomunicaciones que permitiría bloquear plataformas digitales sin orden judicial un artículo 109 que otorga al Estado el privilegio del silencio; organizaciones advierten que ese precepto “es un cheque en blanco contra la prensa incómoda”. 
Y en Tabasco, la LXV Legislatura añadió al Código Penal un capítulo de “acoso digital” cuya redacción tan elástica como la goma de mascar incluye agresión “verbal, escrita o digital”.
Lo que empieza defendiendo a escolares amenaza con graduarse pronto en policía del pensamiento. 
I. México, crónica de una mordaza anunciada.
Cuando los congresos estatales confunden protección con represión, el país retrocede al siglo XIX que Benito Juárez pretendió dejar atrás.
El Benemérito, que luchó por una prensa libre aun en tiempos de guerra, recordaría que “el respeto al derecho ajeno es la paz”… y que no existe respeto sin escuchar la voz que incomoda.
Las cifras son el espejo roto de esa promesa. De 2000 a mayo de 2025 172 periodistas han sido asesinados en posible relación con su labor; cinco de esos crímenes han ocurrido en los primeros meses del gobierno de Claudia Sheinbaum. 
Solo en 2024 Artículo 19 registró 639 agresiones; eso significa un golpe cada catorce horas y cinco homicidios más al gremio.  La estadística —como la tinta— sangra.
Aquí la desobediencia, escribió Oscar Wilde, es la virtud original del hombre.
Hoy el poder no fusila rebeldes: los ahoga en ruido o los ahorca en tribunales.
Saturar de voces huecas es la nueva mordaza; convertir la protesta en delito, el nuevo garrote.
II. Tres reflexiones para el México que no calla.
1. La ley no puede tipificar la ofensa sin tipificar la arbitrariedad.
Convertir “insultos” en crimen faculta al funcionario para ser juez de su propia sensibilidad. El Estado no es un niño de porcelana que deba ser protegido de la palabra áspera.
2. Las cifras matan el pretexto de la paz. Un país con 172 periodistas caídos no necesita más cárceles para memes, sino justicia efectiva para asesinos.
La seguridad digital se tuerce cuando se olvida la carne que la sostiene.
3. La historia absuelve al hereje, no al censor. Los gobiernos cambian; las leyes liberticidas suelen permanecer.
Recordemos que la Ley Mordaza de 1916 murió, pero su espíritu persiste en cada artículo impreciso que penaliza la opinión.
III. El deber de la molestia.
Opinar —bien lo sabía Wilde— es un arte y una responsabilidad estética. Se trata de decir lo necesario con el filo de una pluma afilada y el perfume de una idea bien pensada.
La libertad de expresión no es permiso para hablar, sino obligación de no traicionarse.
Ante la ofensiva legislativa, convoquemos al viejo grito juarista: “Sin libertad de expresión, no hay democracia; sin democracia, no hay México.” Que retumbe en el Zócalo y en la sierra, en las redacciones modestas y en los timelines saturados:
“La pluma y la palabra son los verdaderos fusiles del pueblo consciente.”
Mientras el régimen prefiera la obediencia al diálogo, molestar seguirá siendo un deber patriótico.
Y si nuestras palabras no incomodan al poder, entonces no hemos dicho nada.