Columnas

MIRADA DE MUJER

Luz del Carmen Parra

Vivir sin tiempo

No me gusta vivir sin tiempo, siento que empiezo a tener prisa, que el tiempo se agota. Pareciera que de pronto un reloj de arena se posara frente a mí y me permitiera ver como poco a poco se desliza, quedando reducido a unos cuantos años, meses o días, no lo sé. Nadie lo sabe. La sabiduría de un aciano me enseñó que había que trabajar como eternos, sabiendo que un día tendríamos que morir, por eso me aferro a seguir intentando alcanzar las estrellas que no dejan de brillar en el firmamento.

Quisiera poder encontrar esa farmacia donde se pudiera comprar un poco más de tiempo, ahora que siento que no tendré el suficiente para concretar muchas de las cosas que imaginé. Se que quizás no me alcanzarán los días para viajar a los lugares con los que soñé, ni me serán suficientes las fuerzas para subir los escalones de las ruinas de Machu Picchu, que quizás la pandemia me cierre las puertas para recorrer los Lugares Santos, y me iré sin conocer el Muro de los Lamentos, El Monte de los Olivos o el Santo Sepulcro, pero estoy convencida que, hasta el final, atenderé con entusiasmo cada amanecer, agradeciendo todo lo vivido.

Sí, es claro que lo único que no se recupera en esta vida es el tiempo. No hay “refill”. Vivir cada minuto como si fuera el último nos da la dimensión de lo valioso que es.  No hay tiempo muerto, solo deja de tener sentido siempre y cuando lo dejamos ir sin aprovecharlo, porque hasta el descanso es valioso y necesario.

Tengo prisa, sí, pero no esa prisa cotidiana que impide reflexionar, sumando al día minutos que ya no le corresponden y, sin embargo, no son suficientes las horas para atender las necesidades básicas, físicas o emocionales de quienes vivimos en pleno siglo XXI. Puedo ver como el horario de trabajo absorbe la mayor parte del día a día y en muchas ocasiones ya no se dispone de un espacio para planear y atender cada una de los detalles que exigen de nuestra atención.

Justo ahora, cuando disfrutamos de los avances tecnológicos que nos hacen más ligeras las tareas cotidianas, pareciera que nunca terminamos. No hay tiempo para los hijos o para los padres, para los amigos, para hacer ejercicio, para caminar, para pensar, para visualizar el futuro. Concluye el día y aún quedan pendientes un montón de asuntos que atender y agotados buscamos conciliar el sueño. ¿Es que la forma de medir el tiempo ha cambiado y las variables que lo determinan también?

Evidentemente. Cada vez son más y más las presiones sociales, económicas y laborales que exigen de nuestra atención, y reclaman de nosotros una mayor capacidad de organización y manejo de las prioridades, para hacer rendir las 24 horas que nos ofrece a diario la vida para avanzar hacia donde queremos llegar.  Esa es la realidad a la que nos enfrentamos ahora. Si en mi adolescencia aprendí a organizar mi agenda, esforzándome por llenar las horas con actividades creativas, ahora debo dejar fuera de ella, un sinfín de cosas que me gustaría hacer y que no hay tiempo libre para hacerlas.

Como disfruto ver a mis hijos haciendo planes, proyectos, que los motivan y los mantienen ilusionados realizando su mayor esfuerzo, enfocados en ir construyendo poco a poco lo que sin duda será el sustento de su porvenir. Cada uno en la medida de sus capacidades dando forma a sus sueños, imaginando su futuro, estando en la plenitud de su vida, con todo el tiempo disponible, cuando no se siente el transcurrir de los meses, ni afecta mayormente la llegada de un nuevo año.

La valoración de su tiempo es diferente y quizás por ello no le dan la dimensión que hoy como consecuencia de mis años, empiezo a darle. Tengo prisa por concretar muchas cosas que ilusioné alcanzar, pero ya con otra perspectiva, quitando de en medio lo que estorba y no me sirve, dejando atrás sentimientos y resentimientos, miedos y prejuicios que me hicieron más largo el camino. Estoy segura que así, más ligera de equipaje, podré aprovechar mejor los días que quedan en mi calendario.

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