Columnas

MIRADA DE MUJER

Luz del Carmen Parra

Equivocarse para mejorar

¿Por qué nos duele tanto equivocarnos? Emprender algo nuevo, no siempre asegura que el esfuerzo realizado termine coronado con el éxito esperado. Implica explorar, tomar riesgos, y asumir que existe la posibilidad de que se presente algún error, que ponga a prueba nuestra inteligencia y, sobre todo, nuestra tolerancia a la frustración para superar los contratiempos.
Sin embargo, en una sociedad donde se sobrevalora el éxito, desde temprano sentimos la exigencia de prepararnos para ser exitosos y triunfadores, la sola idea de fallar no se asoma ni por accidente. Sin que esté presente en nuestra memoria, el estímulo para ser el mejor de la clase, del equipo o en cualquier actividad que desarrollemos, empezó desde el hogar, siendo muy pequeños, cuando recibimos el aplauso por cualquier detalle que implicó el avance en nuestro desarrollo.
No hemos aprendido a equivocarnos, ni a sacar ventaja de ello, sino por el contrario, se ha quedado estigmatizado en nuestra formación como algo malo y debemos evitarlo a toda costa, para esquivar algún tipo de consecuencia desventajosa.
Con el acierto, hemos aprendido a sentirnos orgullosos, capaces y satisfechos, pero equivocarnos, nos coloca en una posición de perdedores, fracasados e inútiles, cuestionando lo que somos y arriesgando todo lo logrado. Lo último que se nos viene a la mente cuando enfrentamos las consecuencias inmediatas de un error, es intentar descifrar qué podemos aprender de él; el reproche y la frustración, invaden nuestra capacidad de análisis, cerrando toda posibilidad de asimilar la experiencia de una manera positiva.
Sin duda, enfrentarse al error, es un golpe muy fuerte para nuestro ego, y se hace necesario aprender a ser humildes, a reconocer nuestros propios límites; es un gran reto para resolver nuestros complejos y aclarar en mucho lo que comprende la imagen que tenemos de nosotros mismos. Darnos cuenta de que en muchas ocasiones el resultado varía, sobre todo, cuando se trabaja en equipo y caemos en las comparaciones.
Equivocarse es un mal necesario para superarnos, para crecer y visualizar nuevas perspectivas en nuestro entorno, para vencer el miedo a hacer las cosas de una forma diferente, sin que esté de por medio la pérdida de confianza en nosotros mismos, ni que seamos invadidos por un sentimiento de culpa o por el complejo de inferioridad ante los que nos rodean.
Reconocer los beneficios que nos brinda la fórmula en que se basa el conocimiento científico de prueba y error, nos ofrece la posibilidad de intentar nuevas alternativas y verificar si funcionan, si nos ofrecen una solución satisfactoria o, por el contrario, comprobar que el resultado es erróneo y desecharlo, para buscar una alternativa diferente. Vivir en el error, es aceptar, por siempre, la venda en los ojos.
A veces perder, por aprender, no es necesariamente un error, salvo que implique darnos por vencidos y tirar la toalla antes de tiempo. Las personas que tienen miedo a equivocarse, ni emprenden, ni deciden, nunca avanzan y no crecen. Asumir la experiencia que nos brinda el fallar de vez en vez, nos hace ganar confianza, tener resiliencia y, sobre todo perseverar por alcanzar el éxito. Errar es de humanos, rectificar es de sabios.
Atrevernos a tomar decisiones con mayores opciones y visualizar los posibles riesgos a los que nos enfrentaremos, nos da una visión más amplia de lo que queremos y podemos lograr; aceptar los errores nos llevará a valorar más el esfuerzo realizado. Me encantó una frase que le escuché al neurocientífico argentino Facundo Manes, cuando dijo “Nadie puede crear algo importante, sin antes haberse equivocado”.
Aprender a equivocarnos, sin buscar de inmediato una justificación a nuestros errores, poco a poco nos llevará a aceptar sus consecuencias, sin culpar a otros de nuestra falta de asertividad. Se verá reducido el nivel de exigencia y como resultado la ansiedad y el estrés que produce la búsqueda constante de la perfección.
Asumir los riesgos y verlos como posibilidades, nos da de entrada, una mayor probabilidad de éxito y nos prepara para hacerles frente con mayor disposición a aceptar nuevos conocimientos que enriquezcan la propuesta inicial.
Si todos los días nos vemos en la necesidad de tomar infinidad de decisiones, la posibilidad de fallar en alguna de ellas, siempre va a estar presente. Entender el error como una opción de crecimiento y madurez, nos evitará sufrimientos innecesarios y terminaremos integrándolo como parte de nuestra vida.
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