Columnas

MIRADA DE MUJER

Los tiempos de Dios son perfectos

Luz del Carmen Parra 

Nunca supe en qué momento lo aprendí. No recuerdo cual fue el motivo, ni si fue fácil o difícil, no lo sé, pero lo cierto, es que me ha sido muy útil a lo largo de mi vida reconocer mi tiempo y respetar el de los demás.

Esperar que las cosas sucedan pareciera una contradicción para los que pregonan mantenerse constantemente en la lucha, en el esfuerzo cotidiano de buscar resultados y, sin embargo, hay cosas que por más ímpetu que traigas y te desveles dando el cien y el extra, no acaban de concretarse.

He tenido infinidad de experiencias que me llevaron a reflexionar aquella frase tan familiar de que “los tiempos de Dios son perfectos”, después de hacer todo lo humanamente posible, y tener todo dispuesto para que se lograran con éxito mis propósitos, vi como de repente todo quedaba en suspenso y las circunstancias no se acomodaban, empezaban a suceder detalles que retrasaron las fechas e hicieron difícil el camino.

Me pregunto entonces ¿cómo encontrar la mezcla perfecta entre paciencia y perseverancia? ¿cuándo parar para revisar si se ha cometido algún error en la planeación o en la realización del proyecto?, o simplemente detenerse un poco, tomar distancia y hacerse consciente de que somos parte de un conglomerado social que influye en nuestro hacer y que inevitablemente pone a prueba nuestra tolerancia.

Me reconozco como parte de una sociedad altamente competitiva, no estuve sola en el trayecto.  Así alrededor de mis metas encontré otros jugadores intentando llegar primero que yo, disputándome cada centímetro, lo que me exigió aprender las reglas del juego. Mantenerme firme, sin embargo, no implicó correr al ritmo ajeno, aprendí a diferenciar mis necesidades de las urgencias de los demás y a encontrar el equilibrio, desarrollando la paciencia, sin perder de vista a donde quería llegar.

Aprendí a esperar mi tiempo, porque como decía mi abuelita cuando Dios quiere, todo se proporciona y aunque pareciera abandonarme a la buena, lo cierto es que me ayudó mucho el no vivir tratando de presionar constantemente y a todo mundo, porque quería que las cosas se dieran en el momento en que yo lo decidía, como si todo girara en torno de mí, viviendo frustrada y sintiéndome fracasada.

Encontré motivos para enfrentar los contratiempos y me fortalecí en la confianza de estar lista justo en el momento en que así me lo exigieron las circunstancias, presta a aprovechar las oportunidades para ir alcanzando una a una mis metas, hasta llegar a mis objetivos. Aunque debo confesarles que siempre estuve atenta a sacar ventaja de todo lo que me implicaba un aprendizaje extra, sin detenerme a pensar que eran distractores que retrasaban mi llegada. Así enriquecí mis relaciones personales y mis afectos.

Entonces entendí que esperar con fe no era perder el tiempo, ni ceder o renunciar. Soportar las pruebas en ocasiones difíciles en tanto las piezas encajaban, mantenerme a la expectativa de mejores tiempos, implicó fortalecer mi carácter y desarrollar mi templanza, sin perder de vista mi misión de vida y conservando mi decisión de no bajar la guardia.

Se que los tiempos de hoy son sumamente difíciles para quienes empiezan a construir su futuro. Nada resulta fácil. Las formas y los métodos están cambiando todos los días y no aciertan en aprenderlos cuando ya han variado. El reto es mayúsculo cuando no hay nada estable, como todo produce incertidumbre, cuando el ritmo lo impone la tecnología y no las necesidades humanas.

Joyce Meyer, dice que “la paciencia no es simplemente la capacidad de esperar, sino cómo nos comportamos mientras esperamos”. El esfuerzo para mantener vigentes los proyectos siempre pone a prueba la fortaleza de carácter y la verdadera vocación de sacrificio que se requieren para enfrentar los desafíos.

Sin embargo, este es su tiempo. Este es su momento. Tendrán que desarrollar habilidades suficientes que les permitan entender que todo tiene un tiempo, que cuando sean ellos los que decidan cuando seguir y cuando parar, analizar la conveniencia de continuar por donde se viene o variar el camino, empezarán a cultivar la paciencia, porque al final, todos los caminos conducen a Roma y no siempre hay que llegar primero para ser ganador.

Mezclar la perseverancia y la paciencia son como el acelerador y el freno en un viaje, necesariamente aprenderán a combinarlos para llegar con éxito a su destino. El sentido común les dará la sabiduría para saber en qué momento habrán de hacer uso de uno, o del otro.

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