Columnas

MIRADA DE MUJER

Abrir espacio a lo nuevo

Luz del Carmen Parra

Especial admiración me causan las personas organizadas, minuciosas. Esas que a todo le dan un espacio y saben usar bien su agenda. Anotan a diario las actividades pendientes y saben sacar mayor provecho de su tiempo. No dejan las cosas tiradas, ni hacen su trabajo a medias. Revisan sus estantes y hacen su lista, antes de salir corriendo a hacer las compras. Administran sus recursos.

Muchos años pasé en medio de un sinfín de tareas; las horas y los días, eran insuficientes para atender enseguida la clasificación, y ubicación de cada recibo. Lejos estaba de mi vida, este cuidado en la organización de los detalles. Todo lo iba almacenando en una bolsa de plástico y pasaba a ser parte de una especie de archivo muerto. La atención de lo inmediato era funcional. Cuando era necesario algún documento, con un poco de tiempo y paciencia, podía localizarlo en medio de aquella colección.

En la casa siempre hubo un espacio que sirvió de bodega, para almacenar esas cosas que de repente sufren algún desperfecto, como cuando se le rompe una pata a la silla o que, simplemente ya viejas, dejan de estar en uso. Además, se fue llenando de triques inservibles, que nunca volvieron a ser parte del decorado. Con el paso de los años, se llenaron de polvo, y terminaron por destruirse.

La rutina, y la poca atención para reparar lo que en su momento pudo ser recuperado, acabó por darle paso al abandono, a correr las cortinas y a cerrar la puerta, para evitar entrar en aquel desván, que terminó olvidado, sucio y lleno de telarañas.

Muchos planes, había hecho para este 2020 que empieza a despedirse. Era el momento de concretar metas, por las que había invertido mucho esfuerzo en los últimos años. Todo apuntaba hacia la realización de sueños, no solo personales, sino también familiares.

De pronto, la vida puso freno a esa carrera sin sentido, a ese correr sin conciencia, a esa necesidad de sobrevivencia agotadora y como si me estrellara en un cristal, me obligó a despertar y a visualizar todo lo que estaba dejando para después. Me permitió ver cómo se acumulaban a mi alrededor tantos pendientes por resolver.

El confinamiento me obligó a encerrarme en casa, donde me di cuenta que solo había sido una visita; delegaba todo en quien me apoyaba en los menesteres del hogar. A diario entraba y salía infinidad de veces, atendiendo mis compromisos, y apenas si tenía tiempo para organizar lo relacionado con los alimentos.

Las mismas circunstancias hicieron que ya no contara con el apoyo de quien hacía funcional mi espacio doméstico, así que empecé a sentir la necesidad de asumir la responsabilidad de hacer que aquello siguiera de pie. Me di cuenta que había muchas cosas que no sabía dónde buscar. No tenía ni idea de lo que había en cada cajón de los estantes de la cocina o de los closets, mucho menos de aquel cuarto obscuro que siempre mantenía su puerta cerrada.

Superada la etapa depresiva, me puse las pilas y empecé a revisar cada rincón. Invertí varias semanas para lograr poner orden. No tienen idea de todo lo que encontré entre mis archivos. Montañas de papeles, testigos de más de 25 años de historia familiar, fueron a la basura. Poco a poco, empecé a tener control de todo y empecé a tirar lo que ya no servía.

Retiré el polvo y mis pisos empezaron a tener brillo de nuevo. Puse cada cosa en su lugar, de tal manera que en lo sucesivo pudiera localizarlas de inmediato, y empecé a disfrutar de vivir sin prisa. Abrí las puertas del cuarto de triques, y la mayor parte de lo que ahí permaneció almacenado por tantos años, fue a parar al basurero.

Corrí las cortinas, abrí las ventanas, y transformé ese lugar que por años evadí, en una estancia acogedora, ventilada y con mucha iluminación, donde me refugio en mis ratos libres. Un espacio íntimo para leer y escuchar música, para pensar y meditar, para reencontrarme conmigo misma.

Recuerdo una frase del Dalai Lama que dice: “Tira, recoge y organiza, nada te toma más energía que un espacio desordenado y lleno de cosas del pasado que ya no necesitas”. Hay quien también asegura que, no puede llegar lo nuevo, si primero no le haces un espacio.

Eso me lleva a reflexionar en la necesidad de poner orden también en mi interior. De hacer limpieza al armario, como cantaba Lupita D’Alessio. De vaciar sentimientos y emociones que se han quedado rezagados y que, a pesar del paso del tiempo, siguen haciendo daño.

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