ANTÍTESIS

¿Votar sin conocer a candidatos es ejercer democracia?
Mario Flores Pedraza
Por mucho tiempo se nos ha enseñado que votar es un derecho, un deber ciudadano y, sobre todo, el acto más representativo de la democracia. Las campañas gubernamentales, los discursos políticos y los libros de texto nos lo repiten: en una democracia todos votamos, y eso nos hace libres. Pero, ¿es esto completamente cierto? Surge una pregunta incómoda, pero urgente: ¿si no conozco a los candidatos y voto al azar o porque me dicen que vote por alguien, estoy ejerciendo democracia?
La democracia, al menos en su ideal moderno, no se reduce a la mera acción de emitir un voto. Si así fuera, una moneda al aire podría tomar decisiones políticas. La verdadera democracia exige más que presencia en las urnas; requiere conciencia, discernimiento y responsabilidad. Por eso, votar sin saber por quién se vota —o hacerlo porque un influencer, un familiar o un partido así lo dice— no es ejercer plenamente la democracia, sino más bien abdicar de ella.
Votar sin conocimiento es comparable a firmar un contrato sin leerlo. Puede parecer un acto formalmente válido, pero su contenido carece de sustancia. En una sociedad democrática, el ciudadano es también un sujeto político, y como tal, debe asumir su rol con seriedad. Si el voto no está precedido por un mínimo esfuerzo de análisis, comparación y reflexión sobre las propuestas, entonces lo que se pone en juego no es solo una elección, sino la salud misma de la democracia.
¿Es importante conocer a los candidatos en la democracia? No solo es importante: es esencial. Porque la democracia no es solo una maquinaria electoral, sino un sistema donde las decisiones colectivas deben emanar de voluntades informadas. Elegir implica distinguir, y distinguir exige conocer. La ignorancia, en este caso, no es neutral: es peligrosa. Produce gobiernos autoritarios, populistas o ineficaces, surgidos no de la voluntad popular consciente, sino de la apatía y el automatismo de masas.
Votar por votar, sin importar a quién se elige, reduce la democracia a un rito vacío, como un culto sin fe, como un símbolo sin contenido. No basta con participar: la esencia de la democracia es tener un voto razonado. Un voto que exprese una decisión libre, informada y responsable. Un voto que no sea manipulado por la publicidad o la tradición, sino guiado por el juicio propio.
Por ello, no basta con repetir que votar es importante. Debemos empezar a decir que votar con conocimiento es vital. Que el voto sin conciencia no fortalece la democracia, sino que la debilita. Que un pueblo educado políticamente es el único capaz de gobernarse a sí mismo. De lo contrario, estaremos viviendo una ficción democrática, una democracia de forma, pero no de fondo.
Y ante esta realidad, debemos preguntarnos con sinceridad: ¿estamos votando como ciudadanos o como autómatas?
— Una democracia madura no se mide por cuántos votan, sino por cuántos saben por qué votan.